jueves, 27 de agosto de 2009

Perros


Los perros salvajes estaban debajo de mis pies, hambrientos, callados, expectantes, miran desde abajo como mis dedos se sometían al exagerado esfuerzo de sostener el resto de mi cuerpo que cuelga desde borde de este tapial resbaladizo, húmedo, lleno de moho verdusco y desagradable. Cuando una mano sede un poco, con un esfuerzo inusitado me sostengo con la otra y doy un manotazo arriba del tapial, y trato escalar con los pies, pero es inútil, resbalo y cada intento siento que mis dedos ya no van a dar a basto.

En uno de estos intentos desesperados de aferrarme a la cima de este tapial podrido, cae al suelo mi bolso, mi querido bolso, ese que mi vieja le regalara a mi viejo en los años ´70, y que yo encontrara tan devastado en el fondo de su placard, y lo limpie, y lo arregle un poco y lo lleve conmigo a todas partes. Ese que me hizo tomar un taxi desde la Tablada hasta el centro, porque lo había olvidado en la silla del "Bar del Mar", mientras la estúpida que me acompañaba me insistía que deje ese bolso horrible ahí tirado. "Pobre bolso" le decía yo, solito ahí en esa silla del fondo, con tanta gente extraña al rededor, "como voy a dejarlo?" le preguntaba, y la entupida respondía con risas irónicas y amenazas de abandono. Pobre bolso, ahora en caída libre hasta la convención de perros hambrientos, feroces, nadie podrá salvar a este bolso del recelo salvaje de estos perros, que hasta afilarán sus dientes con él, para el banquete principal, que, por la sangre que se desprende de los dedos del mismo, no tardaría en llegar.

De reojo trato de ver la suerte de mi querido bolso, y ahí aparece el primero, el más feroz acaso, o el más atlético al menos, de los perros que salta precipitadamente sobre el objeto de cuero y le inca sus colmillos en el aire, y aterriza desafiante con su presa en las fauces. Pero en ese mismo momento otro de los hambrientos urge el poder de mi bolso y comienza la pelea, y otro más, y otro, en menos de 5 segundos todos los perros estaban intentando obtener un retazo de cuero al menos, y lo obtienen pero la sangre ya corre por el suelo, porque el primero, el atlético a sido herido de muerte y yace en el piso descuartizado por las mordedura de sus compañeros.

Mi horror era intenso, me imaginaba yo, como el bolso, pero no podía evitar ver el perro muerto, ese que ya no podrá morderme porque lo han matado, sus propios compañeros lo han matado.

Entonces tengo la brillante idea, y como puedo con mis manos sosteniéndome con fuerza, tiro una zapatilla, la otra, y los perros se desangran por la limosna de mis vestimentas, y se matan. Sí, se matan entre ellos, se desgarran las carnes por un trozo de mi ya vencido ser, que no puede sostenerse más tiempo y yo, encima tengo ahora menos peso y creo que la salvación es posible. Entonces me sostengo heroicamente con un brazo y con el otro, desprendo de mi cuerpo mi pie izquierdo, ese con el que metí tantos goles en contra tratando de despejar la pelota de mi área, pero tosco defensor la clavaba en el ángulo de mi red como si fuera Messi, ese que no me servía para nada, lo arranco de un tirón y se lo arrojo a los perros, y ahora estoy más liviano, y ahora muere otro perro en la contienda por mi pie, y me río desde lo alto del tapial inmundo y les grito: "¡Perros estúpidos!" y me arranco la pierna entera y se las arrojo, y los perros desesperan por ella, la muerden y se muerden, se confunden mi sangre con la de sus compañeros y hasta con la ellos mismos, creo ver un perro que se muerde a él mismo, mientras llora su dolor creyéndolo de otro, la confusión es total.

Y a mi me invade el regocijo de verlos muertos por todos lados, y les arrojo más pedazos de mi cuerpo, y ahora ya soy sólo una cabeza y dos brazos sosteniéndome desde lo alto del tapial, este tapial inmundo que ya manchado de sangre, con su musgo habitual, pero ahora tenido de rojo.

Por fin arrojo entonces mi cabeza a los 4 o 5 perros malheridos que quedan de la inmensa jauría, y se desprenden con ella mis hombros. Y mis manos que ya no saben más a quien sostienen, me miran hacia abajo y ven que entre los perros sólo dos han quedado después de devorar mi cabeza, y mis manos se miran y se entienden y finalmente se sueltan y lo perros se clavan sus colmillos por comerlas y ya nadie queda.

Y el tapial ya es solo sangre.