domingo, 1 de noviembre de 2009

basta de idiotas que hablen de amor

Espantapájaros 10 (Oliverio Girondo)
¿Resultará más práctico dotarse dé una epidermis de verruga que adquirir una psicología de colmillo cariado?
Aunque ya han transcurrido muchos años, lo recuerdo perfectamente. Acababa de formularme esta pregunta, cuando un tranvía me susurró al pasar: “¡En la vida hay que sublimarlo todo... no hay que dejar nada sin sublimar!”
Difícilmente otra revelación me hubiese encandilado con más violencia: fue como si me enfocaran, de pronto, todos los reflectores de la escuadra británica. Recién me iluminaba tanta sabiduría, cuando empecé a sublimar, cuando ya lo sublimaba todo, con un entusiasmo de rematador... de rematador sublime, se sobreentiende.
Desde entonces la vida tiene un significado distinto para mí. Lo que antes me resultaba grotesco o deleznable, ahora me parece sublime. Lo que hasta ese momento me producía hastío o repugnancia, ahora me precipita en un colapso de felicidad que me hace encontrar sublime lo que sea: de los escarbadientes a los giros postales, del adulterio al escorbuto.
¡Ah, la beatitud de vivir en plena sublimidad, y el contento de comprobar que uno mismo es un peatón afrodisíaco, lleno de fuerza, de vitalidad, de seducción; lleno de sentimientos incandescentes, lleno de sexos indeformables; de todos los calibres, de todas las especies: sexos con música, sin desfallecimientos, de percusión! Bípedo implume, pero barbado con una barba electrocutante, indescifrable. ¡Ciudadano genial —¡muchísimo más genial que ciudadano!— con ideas embudo, ametralladoras, cascabel; con ideas que disponen de todos los vehículos existentes, desde la intuición a los zancos! ¡Mamón que usufructúa de un temperamento devastador y reconstituyente, capaz de enamorarse al infrarrojo, de soldar vínculos autógenos de una sola mirada, de dejar encinta una gruesa de colegialas con el dedo meñique!....
¡Pensar que antes de sublimarlo todo, sentía ímpetus de suicidarme ante cualquier espejo y que me ha bastado encarar las cosas en sublime, para reconocerme dueño de millares de señoras etéreas, que revolotean y se posan sobre cualquier cornisa, con el propósito de darme docenas y docenas de hijos, de catorce metros de estatura; grandes bebés machos y rubicundos, con una cantidad de costillas mucho mayor que la reglamentaria, a pesar de tener hermanas gemelas y afrodisíacas!...
Que otros practiquen —si les divierte— idiosincrasias de felpudo. Que otros tengan para las cosas una sonrisa de serrucho, una mirada de charol.
Yo he optado, definitivamente, por lo sublime y sé, por experiencia propia, que en la vida no hay más solución que la de sublimar, que la de mirarlo y resolverlo todo, desde el punto de vista de la sublimidad.Oliverio GirondoEspantapásaros 10

jueves, 27 de agosto de 2009

Perros


Los perros salvajes estaban debajo de mis pies, hambrientos, callados, expectantes, miran desde abajo como mis dedos se sometían al exagerado esfuerzo de sostener el resto de mi cuerpo que cuelga desde borde de este tapial resbaladizo, húmedo, lleno de moho verdusco y desagradable. Cuando una mano sede un poco, con un esfuerzo inusitado me sostengo con la otra y doy un manotazo arriba del tapial, y trato escalar con los pies, pero es inútil, resbalo y cada intento siento que mis dedos ya no van a dar a basto.

En uno de estos intentos desesperados de aferrarme a la cima de este tapial podrido, cae al suelo mi bolso, mi querido bolso, ese que mi vieja le regalara a mi viejo en los años ´70, y que yo encontrara tan devastado en el fondo de su placard, y lo limpie, y lo arregle un poco y lo lleve conmigo a todas partes. Ese que me hizo tomar un taxi desde la Tablada hasta el centro, porque lo había olvidado en la silla del "Bar del Mar", mientras la estúpida que me acompañaba me insistía que deje ese bolso horrible ahí tirado. "Pobre bolso" le decía yo, solito ahí en esa silla del fondo, con tanta gente extraña al rededor, "como voy a dejarlo?" le preguntaba, y la entupida respondía con risas irónicas y amenazas de abandono. Pobre bolso, ahora en caída libre hasta la convención de perros hambrientos, feroces, nadie podrá salvar a este bolso del recelo salvaje de estos perros, que hasta afilarán sus dientes con él, para el banquete principal, que, por la sangre que se desprende de los dedos del mismo, no tardaría en llegar.

De reojo trato de ver la suerte de mi querido bolso, y ahí aparece el primero, el más feroz acaso, o el más atlético al menos, de los perros que salta precipitadamente sobre el objeto de cuero y le inca sus colmillos en el aire, y aterriza desafiante con su presa en las fauces. Pero en ese mismo momento otro de los hambrientos urge el poder de mi bolso y comienza la pelea, y otro más, y otro, en menos de 5 segundos todos los perros estaban intentando obtener un retazo de cuero al menos, y lo obtienen pero la sangre ya corre por el suelo, porque el primero, el atlético a sido herido de muerte y yace en el piso descuartizado por las mordedura de sus compañeros.

Mi horror era intenso, me imaginaba yo, como el bolso, pero no podía evitar ver el perro muerto, ese que ya no podrá morderme porque lo han matado, sus propios compañeros lo han matado.

Entonces tengo la brillante idea, y como puedo con mis manos sosteniéndome con fuerza, tiro una zapatilla, la otra, y los perros se desangran por la limosna de mis vestimentas, y se matan. Sí, se matan entre ellos, se desgarran las carnes por un trozo de mi ya vencido ser, que no puede sostenerse más tiempo y yo, encima tengo ahora menos peso y creo que la salvación es posible. Entonces me sostengo heroicamente con un brazo y con el otro, desprendo de mi cuerpo mi pie izquierdo, ese con el que metí tantos goles en contra tratando de despejar la pelota de mi área, pero tosco defensor la clavaba en el ángulo de mi red como si fuera Messi, ese que no me servía para nada, lo arranco de un tirón y se lo arrojo a los perros, y ahora estoy más liviano, y ahora muere otro perro en la contienda por mi pie, y me río desde lo alto del tapial inmundo y les grito: "¡Perros estúpidos!" y me arranco la pierna entera y se las arrojo, y los perros desesperan por ella, la muerden y se muerden, se confunden mi sangre con la de sus compañeros y hasta con la ellos mismos, creo ver un perro que se muerde a él mismo, mientras llora su dolor creyéndolo de otro, la confusión es total.

Y a mi me invade el regocijo de verlos muertos por todos lados, y les arrojo más pedazos de mi cuerpo, y ahora ya soy sólo una cabeza y dos brazos sosteniéndome desde lo alto del tapial, este tapial inmundo que ya manchado de sangre, con su musgo habitual, pero ahora tenido de rojo.

Por fin arrojo entonces mi cabeza a los 4 o 5 perros malheridos que quedan de la inmensa jauría, y se desprenden con ella mis hombros. Y mis manos que ya no saben más a quien sostienen, me miran hacia abajo y ven que entre los perros sólo dos han quedado después de devorar mi cabeza, y mis manos se miran y se entienden y finalmente se sueltan y lo perros se clavan sus colmillos por comerlas y ya nadie queda.

Y el tapial ya es solo sangre.

lunes, 6 de julio de 2009

Jóvenes de Honduras


Como es verte herido de muerte

entre tus banderas de sueños,

de amor desollando el paradero,

de la madre amantándote

en el fuego de la hoguera de los odios.


Verás engrandecerte de tu historia,

y tus besos que no diste,

besaran la tierra y abrazaran al mar,

donde el dolor de tus ojos

perpetuará en su noche desde una estrella.


Muerte estúpida y malaventurada,

te matarán, muerte estúpida,

mil veces si es necesario,

te matará el joven y su madre,

y no habrá más muerte en Honduras

que tu muerte desdichada y oscura.


Y cuando te maten, muerte estúpida,

volverán los jóvenes a enamorase,

volverán los sueños a embanderase,

y no habrá madres que no amamanten,

y no habrá más besos huérfanos de labios.



No podría decir que este texto es de mi autoría porque reconozco tantas citas de grandes poetas que me daría vergüenza afirmar tal cosa, pero fue una escupída de letras ante el dolor que me causa Honduras, la indiferencia, y la muerte.


"los pueblos que olvidan su pasado están condenados a volver a vivirlo"